La educación es el primer paso para asegurar el derecho a la salud.
- Por dra. Myrna Cunningham, Presidenta del Consejo Directivo del FILAC
Tratando de recuperarme de COVID me han pasado muchas cosas por la cabeza. Dicen que es una de las particularidades de esta enfermedad. La cabeza, piensa, piensa, aunque el cuerpo aun no puede reaccionar a todo lo que quieres. Ni modo. Y me han surgido pensamientos referidos al derecho a la salud como mujer indígena, mayora, vulnerable, nicaragüense, de la Región Autónoma de la Costa Caribe Norte, precisamente porque el médico responsable del Modelo de Salud Familiar y Comunitario que me visita es de mi pueblo, un joven médico miskitu!! ¡¡¡Responsable de la salud de uno de los sectores de la capital!!! de Managua.
En mis tiempos, eso era imposible. ¡El racismo estructural era tan profundo, que ni siquiera había la oportunidad, para que un joven miskitu concluyera la educación secundaria! Cuando yo terminé la carrera de medicina en 1973, quise ir trabajar al Wangki. Solo había médicos misioneros norteamericanos en el único hospitalito que era propiedad de la Iglesia Morava. Nos organizamos unos cuatro egresados, negociamos con la universidad y el MINSA para ir a hacer nuestro internado al Hospital de Bilwaskarma. El Ministerio de salud y la Universidad aceptaron con la condición de no reconocernos la beca. Pero sí el trabajo. Eso era lo que queríamos escuchar. Nos fuimos.
Unos años después, con el triunfo de la Revolución Popular Sandinista, soñamos aún más.
Buscamos becas para mandar a jóvenes a estudiar y tener mas médicos, promovimos la vacunación masiva, visitamos las comunidades, comenzamos a montar un sistema nacional de salud, iniciamos un programa de educación intercultural bilingüe. Pero en medio de los sueños y el trabajo, llegó la agresión contrarrevolucionaria, nuestro hospital y nuestros planes fueron afectados por secuestros, ataques, en fin, lo que trae una guerra. Para concretar algunos de los sueños, tuvimos que esperar unos años mas.
Pero, la visita cotidiana del médico miskitu, monitoreando mi situación de salud, me ha permitido valorar algunas de las cosas que hemos hecho a lo largo de los últimos 40 años, a la luz del derecho humano a la salud.
Y, una de las primeras valoraciones tiene que ver precisamente con la historia del médico miskitu. Y es que su historia es especial. En medio de la guerra, se tomó la decisión de reubicar a todas las comunidades del Wangki, en una zona de montaña adentro conocida ahora como Tasba Pri. El Wangki, la frontera, se transformó en zona de guerra y había que salvar vidas. Miles de familias fueron trasladadas de la frontera hacia Tasba Pri. Al frente de una de esas familias estaban Facunda Olayo y Cecilio Castro. Doña Facunda estaba embarazada. El doctor Domingo nació en los campamentos de Tasba Pri. Cuando inició el retorno al Wangki, por las condiciones generadas por el proceso de paz y la autonomía, la familia Castro Olayo decidió quedarse en Bilwi. Como cuenta Doña Facunda, “nuestro sueño era que nuestros hijos, nuestras hijas, estudiaran.”
Valió la pena, hoy Humberto es médico, la Paya es jueza. Domingo estudió en la ELAM en Cuba, porque como el dice, “en esos tiempos aun no teníamos la escuela de medicina en URACCAN”, aproveché una beca y me fui. Aprendí mucho, sobre salud, sobre la diversidad cultural. Convivir con jóvenes de más de 40 culturas del mundo, me enseñó bastante. Cuando terminé regresé a la región a trabajar en el MINSA”. Hoy, está al frente de uno de los sectores de salud en Managua.
En medio de mi proceso de recuperación del COVID, reflexionando sobre las lecciones aprendidas, veo el derecho a la salud a través de diversas expresiones en el marco de la autonomía.
A inicios del 2020, vi la preparación en las comunidades de la Región Autónoma del Caribe Norte: la visita de los equipos de salud a las comunidades, escuelas y hogares, explicando, orientando sobre como prepararse para prevenir y enfrentar la pandemia. Vi como actualizaban en esas visitas el censo de adultos mayores, a las y los pacientes con enfermedades crónicas y discapacidades, el montaje del mapa de salud. Eran una expresión del derecho a la salud. Y a ello se sumaron las decisiones comunitarias de restringir visitas externas o definir la ubicación de potenciales enfermos fortalecía ese derecho.
El hecho de que el MINSA haya elaborado unos lineamientos interculturales para hacerle frente a COVID, adaptados los pueblos indígenas y afrodescendientes, fue otra expresión de ese derecho. Y escuchar y ver como se multiplicaron las recetas de medicina tradicional, incluso compartidos entre curanderos, sukias y otros agentes de salud tradicional que se reunieron para conversar con las autoridades regionales autónomas, del MINSA, el Instituto de Medicina Tradicional y estudiantes de la carrera de medicina de la Universidad URACCAN, el gobierno de la Nación Mayangna, en fin, fue la oportunidad para continuar construyendo el modelo de salud autónomo e intercultural que establece la autonomía.
En algunos momentos de divagación en medio de la enfermedad, hasta confirmé para mi misma, que la respuesta a una llamada telefónica era expresión del derecho a la salud. Y, es que la respuesta inmediata a una llamada cuando me sentí mal, y todos los pasos que siguieron dentro y fuera del hospital, sin costo alguno, reafirmaron mi derecho a la salud, principalmente por la coordinación y continuidad entre la atención primaria de salud y la hospitalización. El diálogo entre especialistas de distintos niveles del sistema de salud, permitieron una atención oportuna, informada, actualizada, humanizada.
La pesquisa, el monitoreo continuo del equipo de salud, la visita médica cotidiana reafirmó nuevamente no solo el modelo de atención familiar y comunitario, sino, el derecho a la salud.
He visto como también, en Bilwi y Waspam, para ampliar la cobertura de vacunación COVID, se ha asegurado transporte, alimentos, asistencia a las y los mayores. Eso también es derecho a la salud.
¡En todas las etapas y actividades, la participación familiar y comunitaria tiene un papel importante! Mantener la confianza, reafirmar al paciente, transmitir y aplicar las medidas sanitarias, acompañar y apoyar la recuperación, son todas responsabilidades colectivas, amorosas, por lo tanto, mantener la unidad familiar es fundamental y, es la base sobre la cual se asienta el modelo de salud. Mi familia agradece tanto la capacitación que recibieron en el hospital antes de darme de alta, sobre como atender a las y los enfermos de COVID entre otras cosas.
He comprendido que la salud, como uno de los derechos humanos económicos, sociales y culturales, si bien prevé que los Estados adopten medidas económicas y técnicas requiere que estas sean coordinadas e integrales. El derecho a la salud no es discurso, ni mera expresión de deseo para aplicarse en dos o tres meses. Lo que me ha confirmado esta situación, es que el derecho a la salud forma parte de un paquete de derechos humanos, que requieren de decisiones políticas, inversión, formación, construcción y trabajo participativo de largo plazo.
En el caso de Nicaragua, en donde también hemos ratificado el Convenio No. 169 de la OIT, hemos adoptado la Declaración de la ONU sobre derechos de los pueblos indígenas y, donde contamos además con la Ley de autonomía de las comunidades de la Costa Caribe, considero que la pandemia nos ha dado la oportunidad para continuar profundizando el modelo de salud autónomo e intercultural y, por ende, enriquecer al modelo de salud familiar y comunitario nacional al combinar el marco político, normativo nacional con las prácticas de salud milenarias y el ejercicio de derechos individuales y colectivos adquiridos con la autonomía.
Pero algo que comprendí mejor en esta etapa de mi enfermedad, es que el derecho a la salud inicia con el derecho a la educación. Contar con personal de salud formado originario de las comunidades indígenas, tener ahora nuestra propia escuela de medicina intercultural en nuestra universidad comunitaria, tener acuerdos con cupos garantizados para distintas carreras en las universidades nacionales realmente sienta las bases para el derecho a la salud.
Con familias visionarias y trabajadoras como Facunda y Cecilio, dimos pasos enormes en el establecimiento de la autonomía y la construcción de un país respetuoso de la diversidad étnica y cultural, en donde el ejercicio del derecho a la salud nos permite enfrentar la pandemia.